Tejer con nombres la inmanencia
Texto encargado para la muestra final del Programa Ecosistema de afectos.
Artistas:
Adriana Mendoza
Alejandra Martín
Carolina de Gracia
Cristiam Muñoz
Euro Montero
María Inés Alvano
Laura Antonio
Gabriela Esterovich
(2025)


Perimetrar sin cerco, circunscribir un espacio, llenarlo de vacío, habilitarlo.
La corriente cambia de dirección. El agua sube de manera sostenida y a su tiempo, baja.
El caudal lleva y trae… Muestra, tapa, inunda, seca. En cada movimiento la fauna se extrema y el lenguaje, como una aguja que late, hace eco en la omisión.
Presto atención a este conjunto de voces como esa fuerza que imanta las corrientes y las hace bailar en direcciones opuestas. Veo el nivel del agua crecer como una criatura fantástica capaz de convertir cualquier horadación en cauce navegable y a todos los ríos en senderos. Siento el aire atrapado en una caja de ritmos a punto de hacernos mover. Se teje con nombres muteados una inmanencia que cose con el clima de época, un dictamen adeudado. ¿Un reclamo? ¿Una delimitación?
Conocí a lxs artistas fugazmente hace un año y decidí conocer su trabajo a través del relato. Algo de estas obras diferentes hacen un círculo concéntrico de cueva, fenómeno cuyo nombre acabo de buscar para explicar que juntas provocan una resonancia, una vibración que me hace titubear por sentir que el conjunto tiene un discurso distinto cuando todas las voces hablan juntas. Sospecho una dimensión temporal en la experiencia: Ver, irme y volver; ver, irme y volver otra vez, como una ola movida por esa cosa enorme que convierte a las gotas juntas en caudal. Desde este lugar singular, veo a lxs artistas animarse a poner sobre la mesa preguntas sin respuesta, confiando en que el encuentro les organice un núcleo y los dispare hacia afuera de los límites aparentes.
Sello, marca, cicatriz cuentan la historia de una flor que disuelve un episodio en la poesía. Una malla hecha de contornos proyecta su sombra sobre pequeños escenarios detenidos. Una fuerza espectral inquietando la ingenuidad, un soplido, un remolino, un pequeño huracán. La forma pendula suspendida. El fuego reclama oxígeno, expansión. La piel recorta un cuerpo que flota en la pintura. La retícula es autobiografía. El reciclaje es reescritura. El diario es estrategia de supervivencia. Un cuerpo se repliega en la mirada. Las puertas habilitan la percepción como un parpadeo. Ejes cartesianos y colores XY se contorsionan para ser envoltura. La mirada reorganiza una filiación atávica. Repetición, insistencia, testimonio, documento, hueco, silencio.
Imagino ese recorte que cae al piso en cámara lenta, sin contexto. ¿En cuánto tiempo se hará de otro ecosistema? ¿Cómo se saca esa espina? ¿Qué dicen solo dos líneas? ¿De qué sirve una muestra de piso? ¿Qué se busca en señalar sin nombrar, contener sin gritar, al señalar, al anunciar, al hacer lugar?
En Tejer con nombres la inmanencia, esta muestra de aparente final, se exhiben apuestas fortalecidas en el diálogo y la construcción colectiva. Una puesta en marcha de ese motor que anda cuando un ecosistema de afectos lo aglutina, lo reúne y lo alimenta. Percibo en esta exhibición, una suerte de laboratorio en el que se experimentan fórmulas para decir lo innombrable, lo indescriptible. Después del tiempo compartido, veo que han fortalecido juntxs un gesto casi Alberto Greco de señalar con circunferencias los sonidos del silencio.
Tejer con nombres la inmanencia podría ser ese tiempo instantáneo y abismal necesario para la propulsión. El gesto de retracción del agua que se reduce hacia el centro del océano, la recarga de potencia necesaria para tirar una piedra contra una pared prohibida. El vértigo de la autodeterminación, el lenguaje del arte.